"La vida en guardia"
El hombre se acercó al viejo calentador a kerosene, que está sobre un antiguo mueble de madera rústica que ahora hace de mesa de cocina; retiró la pava con agua que estaba calentándose desde hacía un rato; ensilló el mate mientras caminó hasta la ventana de la casilla, asomó la cabeza a través de ella, divisó a lo lejos, allá donde las vías por la perspectiva se juntan para ser una, y luego nada, ningún tren daba señales de aparecer, ni a ese lado ni al otro. Volvió hasta la pava y se cebó el primer mate, lo tomó con la vista fija, hacia abajo, pensativo.
Afuera un carancho sobrevoló una vez la casilla, luego de dar un giro completo alrededor se posó en el borde del techo a cuatro aguas; en los alrededores sólo el sol hacia más fuerte los colores del campo que se perdía en los cuatro puntos cardinales.
La radio transmitía un tema de Atahualpa Yupanqui. Es un hombre de unos sesenta años, de aspecto demacrado por el sol, y el trabajo, de piel ajada, movimientos cansinos; su ropa de trabajo color caqui, presenta un aspecto similar a su piel. Se sentó a una pequeña mesa en un rincón, al lado de otra ventana que daba a las vías, miraba a través de ella, pensando quién sabe en qué, tal vez en una familia, en algún amor perdido, en un momento placentero, hasta que algo le llamó la atención a lo lejos, y por la vía; pasaron como quince minutos para ver que ese punto oscuro que se aproximaba no era un tren, y la pequeña sonrisa se le desdibujó, pero su curiosidad no disminuyó, durante los próximos treinta minutos esperó que esa persona llegara. Puedo ver que era un muchacho de unos treinta años, con una pequeña mochila a cuesta; presentaba una imagen de cansancio notable; cuando llegó frente a la ventana elevada a unos dos metros del suelo, le habló al hombre.
- Buenos días...
- Buenas...
- ¿Tendría un poco de agua para darme?
- Sí. Suba. Estoy tomando mates si quiere...
- Bueno, gracias. Igual quiero un poco de agua. Vengo caminando de lejos.
- Lo vi. Suba, por favor.
- Gracias.
El joven dio unos pasos más, como a cinco metros estaba la escalera. Entró a la casilla, y divisó por unos instantes su interior parco, de otro tiempo de un país distinto que se quedó en un arranque prometedor. El hombre seguía de espaldas a él a pesar de haber escuchado la puerta en eso instantes atrás.
- Sírvase usted mismo. -le señaló una canilla- Ahí mismo tiene vasos.
El muchacho se acercó al lugar indicado, se sirvió un vaso de agua colmado y tomó casi sin parar hasta el fondo, tomó otro más. Dejó el vaso sobre la pequeña mesada, se dio vuelta y lo miró. El hombre lo estudiaba levemente.
- ¿Quiere un mate?
- Bueno.
- Siéntese si quiere.
El muchacho se aproximó a la mesa, corrió la silla y tomó asiento.
- ¿Viene de lejos?
- Bastante. Como unos treinta kilómetros...
- Del pueblo... -Le pasa un mate-
- Sí. Pasé por ahí.
- ¿Adónde va?
- Estoy viajando por ahí...
- Pero debe tener un lugar donde ir...
- No. No tengo un destino fijo.
- Todo el mundo lo tiene...
- Puede ser... Pero yo por ahora no.
Se miraron entre ambos, siguieron estudiándose.
- ¿Espera colarse en un tren que pasé?
- Puede ser... Así no camino más...
- Yo no puedo permitirle eso, ¿sabe?
- Me imagino...
- No, no puedo. Es parte de mi trabajo la seguridad vial. Para eso estoy acá...
- ¿Para eso está?
- Sí. Es mi función desde hace cuarenta años...
- Pero...
- Nunca tuve un accidente en mi turno...
- Sí. Le creo pero...
- Aunque después se fueron los otros dos que estaban en los otros turnos y quede yo solo acá... Me acostumbre y me quedé a vivir acá; me convenía más que ir y volver todos los días... Además no tenía donde ir...
- ¿Le puedo preguntar algo?
- Sí. ¿Qué?
- No lo tome a mal, por favor...
- No, bueno no lo sé hasta que pregunte.
- ¿Un tren?
- ¿Cómo?
- ¿Un tren por acá?
- Y para eso estoy... Le dije que es mi función, mi trabajo... Cada cuál tiene una función en la vida, la mía es esta, ¿por qué se cree usted que estoy acá?
- Sí, ya lo sé... Lo que le digo es que si usted espera...
- ¿Quiere comer algo? No hay muchas cosas... Algo de arroz, y algunas papas... Puedo hacer una especie de guiso, escaso sí, pero bueno es algo.
- Le agradezco, pero no sé...
- ¿Por qué?
- Quizás siga viaje ya.
- Y puede comer y después seguir... Es mejor con algo en el estómago.
- Yo lo que quería decirle es...
- ¿Quiere darse una ducha?
- Ah, eso podría ser.
- Abajo hay uno, un baño pequeño. La ducha es de agua natural...
- No importa, no hace mucho frío...
- No.
- ¿Puedo ir ahora?
- Sí. Cuando usted quiera. ¿Va comer algo conmigo?
- Bueno.
- ¿Arroz entonces?
- Sí, por mí está bien.
El muchacho se levantó y salió de la casilla. El hombre se quedó mirándolo por un momento hasta que desapareció por la escalera, siguió pensativo, asomó la cabeza por la ventana para mirar el horizonte de la vía, allá donde se pierde; luego se levantó para preparar el arroz.
Los dos comían en silencio. La vista de ambos baja, al plato. El muchacho levantó la vista sin modificar la inclinación de la cabeza, sólo sus ojos escudriñaban al hombre, en un momento se encontró con los ojos de éste.
- ¿Qué pasa?
- Estaba pensando...
- Ah... ¿En qué?
- En usted.
Se hizo una pausa larga entre ambos.
- ¿En mí?
- Sí.
- ¿En mí de qué?
- En su trabajo.
- ¿Qué tiene mi trabajo?
- No tiene nada...
- ¿Y entonces?
- No me entiende...
- No...
- Que no tiene nada... No hay nada que hacer...
- ¿Cómo que no tengo nada qué hacer?
- Sí... ¿Pasan trenes por acá?
- Van a pasar.
- ¿Cuándo? Yo no vi a ninguno en todo el tiempo que estuve por las vías.
- No pasan muy seguido... Es cierto, pero van a pasar...
El muchacho lo miró por un largo rato, buscando palabras que decir a continuación.
- Yo... Yo...
- Acá hay muchas cosas que hacer... El trabajo es importante para todo el mundo...
- Sí, ya sé. Pero...
- Pasan pasajeros, cargas y todo lo que usted se pueda imaginar; el mundo se mueve por los trenes, y que ellos estén seguros es mi tarea y la de los demás guardas que están a lo largo de este país por kilómetros y kilómetros de vías...
- Sí, el tema es...
- Es más te digo que yo no conozco más que al guarda del siguiente puesto para ambos lados, pero somos todos los mismos, como hermanos, como... ¿Cómo se dice?
- ¿Una cofradía?
- No. No es eso...
- Una herman...
- ¡Eso! ¡Una hermandad!
- Nos conocemos todos sin conocernos. El trabajo te hace una persona particular, a cada uno y a todos.
- Sí, por supuesto.
- ¿Vos a que te dedicas?
- Por ahora nada.
- ¿Cómo nada?
- Sí. Viajo con cierto dinero que junté, después que vuelva veré que hacer, si vuelvo...
- ¿Y qué vas a hacer por ahí?
- No sé...
- Está mal no saber que hacer... Yo soy guardavías. ¿Vos qué sos?
- Caminante. ¿Cuándo fue la última vez qué pasó..?
El hombre se levantó para dejar los platos en un mueble a unos metros de ellos.
- Bueno tengo que seguir trabajando...
El muchacho lo miró en silencio, se quedó sin pronunciar palabra; ya no lo haría en un sentido inquisidor.
- Está bien. Yo voy a continuar mi camino. No creo que venga un tren enseguida, ¿no?
- Y puede ser que tarde... Sí.
- Bueno. Gracias por todo.
- De nada. Los guardas estamos para eso.
El muchacho se levantó, tomo su mochila y se acercó a la puerta.
- Chau... Que le vaya bien en todo... Incluso acá...
- Hasta luego. Suerte para usted en su viaje.
El muchacho bajó la escalera y tomo las vías como referencia para los pasos a seguir. El hombre se asomó nuevamente por la ventana para verlo marcharse; lentamente giró la cabeza en la dirección contraria para ver el horizonte vacío de máquinas, sólo el campo y las vías que se juntan allá, donde la esperanza es infinita.
Claudio Perrin
Abril 2005
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